Descargo de Responsabilidad
Lo que sigue pretende ser un bonito homenaje a Niko. Hecho desde el buen humor y el cariño (no el cariño que a él le gustaría, algo un poco más decente) con la intención de reirnos con él y no de él. El que pretenda hacer lo segundo es un malvado maledicente y merece la repudia de todas las personas de bien de este foro.
Quiero añadir que si la cosa se desmadra, y Niko se siente molesto, borraré de inmediato este post, porque su objetivo es justamente el contrario.
La cosa es que desde que ha decidido competir en banca hemos visto una evolución en su estilo, pregunta, lee, se documenta, entrena con material "extraño", todo esto me llevó a plantearme qué le había pasado, cuando me dí cuenta que siglos atrás eso ya lo había descrito un insigne escritor.
Agradezco a Cervantes su clarividencia, a la vez que le pido disculpas por apropiarme de su obra y profanarla.
Fin del descargo de responsabilidad
El ingenioso hidalgo Don Nikote de la Banca
En un lugar de Uruguay, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de Glock en el armero, Golf cabrio, familia feliz y galgo corredor.
Un mueble bar de algo más de destilados que fermentados, copa balón las más noches, viajes y trabajos los sábados, vitargo los viernes, algo de whey los domingos consumían las tres partes de su hacienda. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cuarenta y tantos: era de complexión recia, deportista en sus tiempos mozos, gran boxeador y amigo del gimnasio.
Es pues de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año), se daba a leer libros de entrenamiento con tanta afición y gusto que olvidó casi de todo punto el ejercicio del resto de aficiones; y le llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros y material de entrenamiento que emplear, y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos: y de todos ningunos le parecían tan bien como los que compusieron los famosos Westside Barbell; porque la claridad de su prosa y aquellas entincadas razones suyas le parecían de perlas. Con esas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para solo ello. En resolución él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio: y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de levantamientos como de competencias, ejercicios, movimientos, desafíos, lesiones, accidentes, triunfos y disparates imposibles. Y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse competidor de press de banca y irse por todo el mundo con sus cadenas y camisa de fuerza a realizar la preparación y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los powerlifters se ejercitaban, compitiendo con gallardía y poniéndose en torneos donde acabándolos cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su pectoral, por lo menos del imperio de Trapisonda: y así con estos tan agradables pensamientos llevado del extraño gusto que en ellos sentía, se dio prisa a poner en efecto lo que deseaba.
Y lo primero que hizo fue limpiar unas cadenas que habían atado sus perros, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Pero vio que tenía una gran falta y era que no tenía camisa de fuerza, sino una simple underarmour: más a esto suplio su industria, porque de cartones y tablones hizo un modo de media camisa, que malamente encajaba con su cuerpo.
Nombre buscó para si mismo, y al cabo se vino a llamar Don Nikote, pero acordándose que los valerosos no sólo se contentaban con un nombre añadio el nombre de su reino y patria, llamándose Don Nikote de la Banca. Confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse y a quien brindar sus triunfos. Y fue, a lo que se cree, que cerca de su diario había un mozo de muy buen parecer, llamábase Raúl, y a éste le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos: y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo vino a llamarla Canario el Goloso, porque era de natural truchón, nombre a su parecer músico y peregrino y significativo como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.
(Fin del capítulo I)