Uy, amigo, eso nos pasa a todos, por supuesto. Concretamente a mí me pasa todos los días que me voy a entrenar. Milagrosamente, siempre acabo en el gimnasio pero la batalla mental es dura. Como me identifico mucho contigo, te voy a hacer de coach:
SUEÑO: Este es mi mayor problema, tengo insomnio. Debo entrenar después de trabajar, muy tarde, y a esas horas se me cae la cabeza en el metro además de acumular la fatiga mental del curro. Cuando tengo que ir al gimnasio no me parece factible levantar los kilos que debo levantar. Así que mi método es no estresarme: llego a casa, me relajo, miro el correo, echo una partida rápida a algún juego y me echo veinte minutos en la cama sin llegar a dormirme. Me carga las pilas lo suficiente.
SOBREENTRENAMIENTO: El cuerpo está flojo, parece que te has estancado, notas que te faltan energías. Quizás sea el momento de plantearte una semana de descanso. Pero ojo, no vale decir: "me salto el martes que me viene mal, los ejercicios de piernas y los que no me gustan". No, prográmatelo, hazte a la idea de que esa semana es tan sagrada como el resto de la rutina y volverás con más fuerza.
MOTIVACIÓN: Puede que te plantees que tus objetivos no llegan o llegan demasiado lento. Puede que creas que el sacrificio no merece la pena. Pues visualiza cómo sería tu cuerpo si no hubieras entrenado. E imagínate que hubieras hecho, con franqueza, con el tiempo de entrenamiento de no haber ido al gimnasio. ¿Habrías escrito una novela?, ¿habrías encontrado el amor de tu vida?, ¿estarías viajando a países fascinantes? Lo más probable es que no. Lo más seguro es que estarías tirado en el sofá jugando a la consola mientras comes patatas fritas, intentando evadir de tu mente la idea de que deberías de hacer ejercicio porque tu barriga es cada día más blandita mientras en el televisor te bombardean con modelos espectaculares. Qué mal, ¿no? Pues ¡enhorabuena! Nosotros hemos vencido a la pereza, hemos afrontado la realidad y cualquier resultado que tengamos ahora es mejor que si no hubiéramos hecho nada. Además, la disciplina y el ejercicio de la fuerza de la voluntad en el gimnasio se extiende al resto de áreas de la vida. No perdemos tiempo, lo invertimos eficientemente. La actividad llama a la actividad.
ÁNIMO: Estás triste, agobiado, decepcionado, amargado y con la autoestima por los suelos. Muy bien, si no vas al gimnasio y te quedas en casa cuando sabes que deberías estar machacándote, ¿te sentirás mejor? No. Lo más seguro es que te sientas igual de mal y encima, culpable y sin saber muy bien cómo llenar el tiempo que antes invertías haciendo algo bueno para ti. Precisamente porque te sientes bajo de ánimo debes de cuidarte y no abandonar las rutinas con las que te habías hecho respetar ante ti mismo. Además, no pienses en los kilos, piensa en la sensación de relajación posterior, en esa merecida ducha y en el bienestar que sentirás cuando las endorfinas bombardeen tu cerebro.
DIETA: ¿Empiezas bien el día pero te desinflas por la tarde?, ¿sientes que te mareas? ¿que los músculos tiemblan o pierden el tono? Quizás sea un problema de la dieta. Revisa tus cantidades de carbohidratos, quizás debas aumentar la cantidad justo antes y después de entrenar. Un error común que leo por ahí es ser tan estricto con los hidratos que se llega con poca energía al entrenamiento y después sólo se comen proteínas cuando sabemos que para asimilarlas es necesario una cantidad de hidrato.